Uno a uno, caerán y yo reencarnaré
Franco se apostó entre los matorrales,sigiloso, camuflado de ramas y yerbajos. Era una tarde
tórrida y sin brisa. Armó su fusil M40A3 con gran habilidad y se
puso a esperar a su objetivo con la misma paciencia que espera el
gato a la rata salir de su escondrijo. La gente llenaba
rápidamente la plazoleta del parque de donde daría su discurso el
juez que había favorecido con órdenes de libertad incondicional a
varios políticos corruptos del país. La corrupción rampante y la
impunidad hedionda habían sumido al país al borde de la
desesperación. Mientras los políticos y los jueces se enriquecían
burlona y galopantemente con los erarios públicos del pueblo, la
pobreza crecía, el crimen se disparaba, los jóvenes se perdían
entre las drogas y el ron, los hombres perdían el valor de
luchar, los ancianos solo rezaban a Dios por un milagro, la poca
oposición que existía era reprimida de mil maneras. Los ideales
de los próceres y mártires de la Patria ha tiempo que lo habían
sepultado y olvidado en los cementerios. La vida la sabía rancia
al pueblo. La esperanza languidecía poco a poco.
La tarima estaba lista. El púlpito con el micrófono esperaban al
juez. Y a unos 700 metros de allí, al otro lado del parque, en el
solar baldío, agazapado, vigilaba Franco con sus binoculares. No
se inmutaba, parecía un muerto echado entre el yerbajo. Desde
allí, nada lo interrumpía, no había obstáculo. De repente,
alguien anunció la entrada del juez, quien pronto se colocó
detrás del púlpito con mucha elegancia. Cuando Franco lo observó
a través de la mira telescópica, se tapó la nariz con los dedos
porque le daba asco el juez, le daba asco la corrupción, la
degradación de un servidor público, pero sobre todo, la bajeza
humana.
El juez hablaba y gesticulaba grácilmente sobre ética y justicia
social. Hacía chistes de vez en cuando con una sonrisa oblicua.
¿A caso se burlaba del dolor del pueblo? No había viento, solo el
gorjeo de pájaros y el chirrido hueco de los grillos. El momento
cero había llegado. Franco puso su dedo en el gatillo, sin
quitarle la mira al objetivo, contuvo el aliento por unos
segundos, y sin pensarlo dos veces ¡pum! El proyectil empezó a
zumbar en el aire como abeja de metal. Nadie lo veía, pero todos
lo escucharon venir. La Parca fue veloz, invisible y precisa.
Llevaba un rumbo y un solo objetivo.
Entre los presentes, una mujer se arrojó al suelo con su hija de
2 años entre los brazos en forma protectora. Los pájaros
revolotearon entre los árboles, llenos de pavor. Una anciana
empuñó su santo rosario y empezó a bisbisear el Avemaría. Y junto
al púlpito, una alfombra de sangre tibia que borbotaba de la
frente del juez. El pánico y la confusión se apoderaron de aquel
lugar en segundos. La gente corría y se agolpaba en todas
direcciones. La policía hacía arrestos improvisadamente. La
prensa especulaba y tejía versiones distintas sobre el trágico
hecho. Hasta que más tarde las investigaciones llevaron al lugar
de donde se detonó el tiro mortal que le segó la vida al juez, y
en el que encontraron una nota que decía:
“Si no hay justicia para el Pueblo que no haya paz para el Gobierno”. Emiliano Zapata. Debajo de esa nota había un postdata que advertía:
“Uno a uno, caerán y yo reencarnaré".
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